viernes, 28 de septiembre de 2012

Relato "El Extraño", de nuestro socio Dani Guti. No os lo perdáis...

Hola a tod@s

Estrenamos nueva sección. Esta vez le damos protagonismo a nuestros socios dándoles la oportunidad de poder compartir sus trabajos.
Y el honor es para Dani Guti, con su relato "El Extraño", ganador I Certamen de terror de Zonaereader.
Como veis, nuestros chicos y chicas son todo unos monstruos literarios y nos lo demuestran en cada certamen o concurso a los que se presentan.
Pero yo me callo ya, mis palabras ahora sobran, que hable Dani. Os dejo con este oscuro relato.

Alfonso Zamora.


EL EXTRAÑO

Daniel Gutiérrez


La humedad le golpeó en la cara como un guante mojado nada más abrir la puerta. Miró dentro de la vivienda, y subiendo un pequeño escalón, se introdujo en el amplio recibidor cerrando detrás suyo mientras las bisagras se quejaban. Dejó una mochila que llevaba al hombro en el suelo, y se paseó con las manos en los bolsillos por la entrada de la casa.
El recibidor daba acceso a un gran salón atestado de muebles antiguos y visiblemente mohosos. Una chimenea demasiado ornamentada presidía la estancia desde uno de los laterales.
La planta baja la completaban; la cocina a la derecha, un pequeño trastero, y un cuarto de baño, que pensó debió ser del servicio en tiempos mejores. Después de asomarse a todas las habitaciones para verificar que todo estaba en su sitio, se encaminó a las escaleras que subían a la segunda planta.
–No está tan mal como creía... –dijo para sí mirando una infame lámpara de araña que se descolgaba por el hueco de la escalera.
El polvo acumulado durante años en la barandilla tiñó su mano derecha de negro que limpió en los pantalones en cuanto hubo llegado arriba.
El piso superior se abría en dos alas. A la izquierda una enorme habitación con aseo, a la derecha otra más pequeña, la cual daba acceso a una bonita terraza con preciosas balaustradas de mármol. Ambas habitaciones aún conservaban las camas, mesillas y cómodas. En la habitación principal, una única cama enorme se situaba en el centro, escoltada por dos mesillas victorianas repletas de filigranas. En la otra, se apilaban tres camas sin casi espacio entre ellas, y un armario bastante rudimentario dejaba ver el lastimoso estado de la madera.
Entró en la habitación que sería la suya y de su mujer y se encaminó al cuarto de baño. Nada más entrar, una gran cornucopia reclamaba toda la atención encima de un lavabo de piedra y madera. A la izquierda, una preciosa bañera de patas competía con el majestuoso espejo en ser la joya de la corona del aseo.
–Precioso... –musitó con cierta ironía saliendo de nuevo al pasillo en dirección al otro cuarto.
Atravesó la habitación pequeña hasta la terraza. Esta giraba por todo un alero de la fachada, lo que permitía ver una gran parte de las tres mil hectáreas que rodeaban la casa. Así ensimismado, mirando los árboles y escuchando cantar a algún ave que no supo identificar, se vio sobresaltado por el Sympathy for the devil que sonó en su Motorola.
–Diga –contestó David mientras se ponía en los labios un Marlboro cogíendolo directamente con la boca del paquete.
–Hola cielo, soy yo.
–Hola cariño, estoy en la casa...
–¿Y bien? –dijo Verónica cortándole impaciente–. ¿Cómo está?
David dio una larga calada a su cigarro y expulsó el aire por la nariz.
–Dios bendiga las herencias nena –dijo divertido–. Es una maravilla, y cuando veas los muebles te vas a mear en las bragas. Creo que hasta podríamos sacar unos miles de euros por alguno de ellos.
–Eso es fantástico cielo. ¿Nos podremos mudar ya?
–Hay que arreglar unas cuantas cosas, pintar, y sacar unos algunos trastos. Pero creo que una semana podemos estar aquí, quizás menos.
–¿Y las habitaciones? –quiso saber ella.
–Están bien. Los niños tendrán espacio suficiente, además su habitación tiene acceso a una terraza magnifica.
Tenían dos hijos. Alfonso de cinco años, y Abel de tres. El mayor ya tenía sus amigos del colegio y se había mostrado algo reacio a irse de su casa y su barrio, pero era una ocasión que no podían desaprovechar.
–Me alegro mucho cielo –suspiró Verónica–. ¿Seguro que quieres quedarte toda la semana?
–Seguro –afirmó–. Así me dará tiempo de adecentar todo esto y tenerlo listo para cuando vengáis.
–¿Te acordaste de llevarte la nevera portátil?
–No te preocupes –contestó David–. Lo traje todo. De todas maneras mañana me acercaré a una autoservicio que vi al venir y compraré unas cuantas cosas..
–Está bien –dijo ella entre risas–. Te veo el sábado. Te quiero.
–Te quiero cielo –respondió él.
Colgó el teléfono sin saber que jamás la volvería a ver.
David se metió en la casa. Después de otro rápido vistazo a su habitación y de comprobar que la cama le serviría para dormir, fue al piso de abajo. Las sombras dominaban ya todos los rincones de la estancia. Encendió una lámpara de pie situada al lado del sillón, y se dirigió a un mueble bar que había al lado de la chimenea. No encontró coñac, que era lo que bebía habitualmente, pero en su lugar agarró una botella de Chivas y un vaso del estante inferior. Pensó en cuanto tiempo llevarían allí esas botellas, pero le importó poco.
–Buen gusto abuelo –dijo llenando el vaso hasta la mitad.
Se acomodó en el sillón y se deleitó con el brebaje mirando su casa. Sus padres habían emigrado hacía muchos años, y aunque la casa les pertenecía renunciaron a ella en su favor. Él no tenía pensado hacer eso. Sería un hogar formidable para su familia, después de tantos años pudriéndose en un piso de cuarenta metros cuadrados.
Después de vaciar un par de vasos de whisky y de hojear algunos periódicos viejos que se apilaban en una esquina del salón, decidió irse a la cama. El viaje había sido largo y empezaba a notarse cansado. Una vez allí se durmió enseguida.
*
Un ruido le sobresaltó en mitad de la noche. Se irguió en la cama dejando caer la sabana a la altura de la cintura. Escuchó con atención, notaba los latidos de su corazón. Otro ruido, ¿eran pasos? Juraría que sí. Ahora una puerta dando un golpe contra su marco.
–¿Quién hay ahí? –gritó desde la cama.
Escuchó atento. Se levantó despacio, agarró el teléfono móvil de la mesilla de noche y fue hasta la puerta.
Salió de la habitación temeroso. El pasillo superior que conectaba las habitaciones no tenía interruptor de luz, el único estaba abajo, al pie de las escaleras. Así que iluminando sus pasos con la pantalla de su teléfono, avanzó despacio en dirección a la habitación de los niños. Abrió la puerta y encendió rápido la lámpara. Nada. Solo las tres camas alineadas perfectamente. Entonces volvió a escuchar pasos a su espalda.
Se dio la vuelta como un resorte con el corazón latiendo a mil por hora. Fue hacia la escalera y entonces le vio. Un hombre corpulento, vestido con algún tipo de chaqueta con capucha, enfilaba ya el recibidor con dirección a la puerta de entrada.
–¡Eh, eh, quieto, cabrón, quieto! ¿Qué haces aquí?
El hombre no pareció oírle. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo para dar caza al intruso mientras gritaba y maldecía, pero no le dio tiempo. El extraño se quitó la capucha, abrió la puerta y salió cerrando tras de sí. La oscuridad de la noche impidió que David le viese la cara. Llegó abajo, abrió la puerta y salió al porche tosiendo debido a la carrera.
No había nadie. Miró por todos lados, dio la vuelta a la casa, miró en su coche que seguía aparcado en la entrada y detrás de los árboles más cercanos.
–¿Cómo es posible? –dijo al aire.
La casa estaba bastante alejada de la carretera, y no había oído ningún coche alejarse. Además creía no haber tardado más de diez segundos en salir por la puerta detrás del caco. Tenía que estar allí, debía estar allí. Se quedó unos minutos de pie delante de la casa y entró mirando a todos lados antes de cerrar con llave.
–Excelente primera noche –se quejó dirigiéndose al mueble bar.
Se puso un whisky doble y miró su reloj. Las dos y diez de la mañana. Apunto estuvo de derramar todo el líquido presa de un temblor que le agarrotaba los músculos. Allí parado en mitad del salón con el vaso en la mano pensaba que hacer. ¿Llamar a la policía? ¿A su mujer? La opción de su mujer la descartó enseguida, no quería preocuparla y menos a esas horas de la madrugada. Se decidió por la primera opción.
–Un momento –se dijo a sí mismo.
Recorrió la casa de arriba abajo encendiendo todas las luces que pudo. No vio nada raro. No había ningún desperfecto y no faltaba nada. La cerradura no estaba forzada y las ventanas no estaban rotas.
–Muy hábil...
¿Qué iba a decirle a la policía? No había ningún signo de que alguien hubiera entrado en la casa, y decirles que quien quiera que fuese había desaparecido nada más salir por la puerta no añadiría nada de credibilidad a su denuncia. Sus pulsaciones comenzaban a atenuarse. Fue hasta la cocina, cogió un cuchillo oxidado de uno de los cajones y volvió al salón. Allí se sentó después de servirse otra copa con el arma en la mano.
–A ver si te atreves a entrar otra vez cabrón. Atrévete.
Pero se quedó dormido incluso antes de acabar el fabuloso licor escocés.
*
El sol se colaba por la cristalera del salón e incidía en el lóbulo de la oreja izquierda de David. Este dio un respingo y se llevó la mano rápidamente a su oído como quien intenta espantar a una mosca pesada. Entreabrió los ojos lentamente y se dio cuenta de que ya era de día. Se incorporó despacio llevándose una mano a las cervicales. El cuchillo estaba en el suelo, y el resto de licor que no le dio tiempo a beber antes de caer en los brazos de Morfeo empapaba sus pantalones.
–Mierda –resopló levantándose.
Le dolía ligeramente la cabeza, y el cuello era un infierno llameante debido a la postura en el incomodo sofá. Después de quitarse la ropa manchada y darse una buena ducha, salió fuera. Allí con la brisa matinal salpicándole la cara, y después del reconfortante baño y un pasable café, las cosas parecían mejores. Apenas se acordaba del intruso de la noche pasada, aunque seguía enfadado por haber dejado que alguien entrara y saliera de su casa sin poder evitarlo. Con sus hijos y su mujer dentro hubiera sido una situación peligrosa, y no pensaba consentirlo más.
En cualquier caso, la cantidad de cosas que tenía que hacer en la casa, acabaron por despejarle la mente. Se sentó en los escalones de la entrada y pensó por donde empezar.
Sacar los muebles viejos, pensó. Eso era buena idea. El trabajo físico le ayudaría a olvidarse del incidente.
–Pues manos a la obra –exhaló dándose un golpecito en las rodillas al levantarse.
Fue hasta el coche, y sacó un cartón de cervezas, una pequeña bolsa con ropa de trabajo, y un radiocasete a pilas de doble pletina que compró cuando tenía quince años.
–Estos ya no se fabrican amigo –dijo para sí mientras metía una cinta de The Doors en una de las pletinas–. Nada de cd ni mp3, estos suenan a viejo, suenan mejor.
Dejó el loro en el porche, se atavió con la ropa vieja y se puso a trabajar. Sacó varias bolsas de ropa mugrienta, sobre todo manteles y toallas. También alguna que otra sábana, y un par de cortinas apolilladas. Una mesa, tres sillas, y el viejo armario carcomido de la habitación de sus hijos. A mitad de mañana, se abrió una cerveza y se despojó de la vieja sudadera negra que se había puesto al empezar a trabajar. La colgó por la capucha de un oxidado clavo que sobresalía de una de las maderas del porche. Saboreó la cerveza mirando al cielo. Había echado la mañana casi sin darse cuenta, así que dejó por un momento el trabajo y se dispuso a hacerse algo de comer.
Una vez comido y tras la pertinente siesta decidió que no le apetecía trabajar más por ese día. Se acomodó en el sofá, encendió la vieja televisión y zapeó con cara de aburrimiento hasta que encontró una película decente, en la que varios tipos con colores por nombres planeaban el atraco a un banco. Así y tres chivas más tarde le entró sueño.
–A la cama socio, por hoy está bien.
De camino a la habitación cayó en la cuenta de que no había llamado a su mujer en todo el día. Pero ahora no era buen momento. La llamaría mañana.
–Mañana mejor, mañana... –dijo ya con la cabeza en la almohada y arropado hasta el cuello.
*
El tremendo golpe hizo que se despertara de inmediato. Tenía todos los pelos de los brazos de punta y una vena palpitaba en su cuello a punto de reventar.
–¿Pero qué coño...? ¿Hay alguien? –preguntó intentando dar a su voz un tono más temible de lo que en verdad era.
No creía que le pudiera estar pasando aquello. ¿Dos ladrones seguidos en dos noches seguidas? ¿O sería el mismo? La diferencia con la noche anterior, es que estaba seguro de que esta vez el ruido había provenido de su propia puerta, no de la de al lado. El muy hijo de puta ha estado aquí dentro, pensó.
–Esta vez no te escapas bastardo.
Se levantó de un salto de la cama y fue al pasillo. El móvil alumbraba poco, pero ayudaba, eran las dos y cinco. Se quedó unos segundos en la puerta de su habitación arrepintiéndose de no haberse subido a la cama con el cuchillo; entonces le vio. Salía de la habitación de sus hijos secándose algún tipo de liquido que le manchaba las manos en los muslos de sus pantalones.
Iba vestido igual que la noche anterior. Una prenda oscura con capucha tapaba su cabeza, las sombras hacían el resto. El intruso se quedó parado unos instantes, pero por alguna extraña razón pareció no percatarse de la presencia de David a escasos metros suyos. En vez de eso, comenzó a andar hacia él y las escaleras con paso lento pero decidido.
–¡Tú! –amenazó David–. ¿Dónde crees qué vas?
Mientras hablaba reculaba lentamente amedrentado ante aquel hombre que ni siquiera se molestaba en mirarle. Le apuntaba con el móvil, como si de un arma mortífera se tratara. Estaba totalmente desconcertado ante el descaro y la sangre fría de aquel tipo. Este enfiló la escalera y comenzó a bajar los escalones.
–¡Esta vez no dejaré que te escapes cerdo!
Salió corriendo detrás de él y se preparó para darle un puñetazo en la nuca. Eso le haría pensarse dos veces entrar a casas ajenas.
Cuando estuvo justo detrás descargó el brazo. Sus nudillos estaban a punto de impactar en la cabeza del hombre pero en vez de eso, su puño atravesó la figura del extraño como si estuviera hecho de humo. El cuello, las cervicales, y la parte inferior de la cabeza se ondularon al paso de su mano para volver a su sitio casi de inmediato.
David se miró la mano, luego al hombre y después otra vez su mano. La figura seguía bajando las escaleras ajena a todo lo que sucedía un par de escalones arriba.
–¿Qué demonios es esto? –susurró David tan blanco como la harina.
Se abalanzó a su espalda volando por los aires en un movimiento digno del mejor defensa de fútbol americano. Un placaje a los riñones, como había visto tantas veces en los partidos de la NFL. Su cuerpo experimentó el mismo suceso que su puño unos segundos antes. Pasó a través del cuerpo del intruso como si allí no hubiera nada y se precipitó de cabeza por la escalera hasta llegar al rellano.
El golpe fue brutal. Se dislocó un hombro, se torció un tobillo, y una brecha de unos cuatro centímetros se abrió en su cabeza liberando abundante sangre sobre el entarimado. Antes de desmayarse tuvo tiempo de ver al hombre que sin siquiera desviar la vista hacia él abrió la puerta, se quitó la capucha y se fue. Exactamente igual que la noche anterior. Eran las dos y diez.
*
Durmió más de trece horas. Cuando se levantó del suelo todo su cuerpo era una tortura de dolor y calambres. La cabeza era lo peor. Aunque había dejado de sangrar, la herida dolía como si un perro le estuviera haciendo presa en el cráneo. Se tocó con cuidado y unos cuantos pegotes de sangre seca le mancharon los dedos. Anduvo caminando hasta la cocina cojeando ostensiblemente a causa de la torcedura de tobillo, y llenó una bolsa con hielo. El hombro también le dolía, pero pasaba casi desapercibido gracias al dolor de cabeza.
Fue hasta el sillón y se sentó pesadamente ayudándose de la mesa que se encontraba justo delante. Se puso el hielo en la cabeza y se recostó ligeramente. Su cabeza, aparte de agradecer el frío, luchaba por comprender lo que había pasado la noche antes. Estaba seguro de que vio como su puño y él mismo atravesaban a aquel hombre como si fuera un fantasma, pero él no creía en fantasmas. Nunca lo había hecho y no sería esta la primera vez. Seguro que había otra explicación racional.
–¿Sí? Cual.
Se sorprendió a sí mismo hablando en voz alta.
–Puede que el whisky... puede que el cansancio... el golpe...
Pero sabía que no. El golpe fue después, y el cansancio no le hacía a nadie ver espectros subiendo y bajando escaleras. Por otra parte, no es que fuera un gran bebedor, pero podía presumir de haberse cogido unas cuantas buenas borracheras durante su adolescencia y nunca había hablado con Elvis.
Cambió de postura en el sillón, y se llevó la bolsa de hielo al hombro. Un alivio semejante a un orgasmo le recorrió el cuerpo.
Una cosa tenía clara. Si había venido dos noches seguidas, vendría otra. No sabía porque razón lo sabía, pero estaba seguro de ello. Así que decidió esperarle. La siguiente noche se enteraría de lo que estaba pasando.
Pasó el día deambulando por la casa como un vegetal. Se limpió como pudo la herida de la cabeza, y se vendó el hombro y el tobillo con unas toallas viejas que encontró en uno de los cajones del aseo principal.
Oyó sonar su móvil varias veces, pero decidió no cojerlo antes de terminar con aquel asunto. Posiblemente fuera Verónica, y no quería preocuparla con historias de fantasmas y ladrones. Además su voz no le daría lugar a dudas. Sospecharía que algo pasaba, y se empeñaría en que regresara o en acudir ella a la casa, cosa que no quería en absoluto sin saber lo que pretendía aquel desdichado bastardo que entraba todas las noches. Así que lo dejó sonar todas las veces y fue a terminar la botella de Chivas que ya no le quedaba mucho.
La tarde dio paso a la noche sembrando de penumbras todos los rincones de la casa. David sabía que tenía que estar preparado, y comenzó los preparativos. Encendió todas las luces de la casa, esta vez si todo salía mal, al menos le vería la cara cuando se quitara la capucha. Fue a la cocina, cogió el cuchillo que eligió el primer día y se lo metió en el cinturón. Sacó su móvil del bolsillo del pantalón, lo abrió y esperó mirando la hora totalmente ido. Las dos noches anteriores, el intruso había salido de la casa a las dos y diez, eso significaba que al menos debía hacer acto de presencia unos diez o quince minutos antes.
Los minutos pasaban. La angustia crecía, y David se mecía nervioso en el sillón mirando nerviosamente el reloj de su teléfono. La una y cincuenta. Entonces apareció.
Él, que esperaba verle entrar por la puerta o colarse por una ventana, se sobresaltó al verle salir de la cocina. El susto fue tal, que la vejiga decidió vaciarse por completo y apunto estuvo de clavarse a sí mismo el cuchillo. Y aquello no fue lo peor. Iba en camisa, sin ninguna prenda que le ocultara el torso ni el rostro, y ver la cara del extraño es lo que hizo que la poca cordura que aún poseía volara libre de ataduras.
Era él. Sin duda era él mismo. Quizás uno o dos años mayor, y con una barba mal cuidada, pero se estaba viendo a sí mismo andar por el salón con la vista perdida y el semblante perturbado.
Le faltaba el aire, sus pulmones no reaccionaban, y su corazón bombeaba a tal velocidad que notaba el pecho como una olla a presión. Quería decir algo, hablar, pero no era capaz de emitir ni el más leve susurro.
El David etéreo fue al mueble bar pasando a escasos centímetros de sus rodillas, y después de servirse una copa se sentó a su lado. Miraba con aire ausente, con cierta locura, como si no le importara nada en absoluto. Él movió el culo, y se separó un poco de su yo irreal. Alargó el brazo aterrado y le tocó la pierna. Sus dedos se hundieron en la nada desfigurando el muslo del ente como unos faros difuminan una espesa niebla. Entonces se levantó después de dejar el vaso sobre la mesa, y se encaminó al pequeño trastero que había al lado de las escaleras. De allí sacó una sudadera negra con capucha que se puso en un ágil gesto, y miró hacia arriba. Hacia las habitaciones. Se caló la capucha y subió.
David fue detrás suyo. Estaba tan paralizado que no sabía que hacer o decir, solo caminaba detrás de aquella aparición de sí mismo esperando ver que se proponía. Entró a su habitación. Miró alrededor y al cabo de unos segundos se dirigió al cuarto de baño. Entró con él. Su mujer estaba en la bañera. De espaldas a los dos. Se enjuagaba el pelo con soltura haciendo que el jabón cayera por su perfecto cuerpo desnudo. El espectro se encaminó hacia ella apretando los puños.
–No, no, no. ¡Verónica date la vuelta! ¡Cariño date la vuelta! No le hagas nada cabrón, por favor, no le hagas nada...
Intentó agarrarle pero fue inútil. Sabía que era inútil.
Sin que se percatase de su presencia se situó detrás suyo y le empujó la cabeza contra las frías y blancas baldosas de la pared. El impacto fue brutal. Su cabeza sonó como una nuez abierta. Restos de sangre, pelo y sesos resbalaron por la cenefa hasta el borde de la bañera. Ella cayó desplomada en el acto.
–¡Noooo! Porque, miserable hijo de puta porque... –David gritaba y lloraba presa de una histeria atronadora.
Se acercó a su mujer con la intención de levantarla y sacarla de la bañera, pero su cuerpo era tan difuso como el del hombre que acababa de matarla.
Se situó delante de él y comenzó a dar puñetazos al aire totalmente enloquecido.
–Maldito cabrón, la has matado, te voy a matar, te voy a matar...
Hacía aspavientos fuera de sí procurando alcanzar al espectro pero todo su esfuerzo era en vano. Este por su parte, sonrió ligeramente y abandonó el cuarto de baño en dirección al pasillo.
David se quedó unos segundos arrodillado en el suelo recobrando el fuelle y llorando a moco tendido cuando escuchó la puerta de la habitación de sus hijos.
–No no, los niños no...
Se levantó como un rayo. Salió corriendo de la habitación y fue hasta allí. Su yo asesino ya tenía a su hijo mayor con la cabeza debajo de una almohada. Alfonso pataleaba y daba manotazos al que fuera su padre con el objeto de librarse de la asfixia. Pero solo aguantó un par de minutos. Cuando el movimiento cesó y la almohada dejó ver su rostro, estaba tan morado como una fruta podrida.
David se hundió de rodillas en el pasillo mirando la escena. Estaba condenado a ver aquello sin poder detenerlo. Las lágrimas caían como ríos por sus mejillas y sus gritos descarnados rasgaban su garganta dándole el aspecto de un animal salvaje. No fue capaz de mirar como terminó con la vida del pequeño Abel.
Cuando terminó su macabra obra, salió por la puerta, se limpió restos de sangre de su segundo hijo en los pantalones, y al igual que las noches anteriores bajó tranquilo por las escaleras. Pero esta vez no se molestó en perseguirle, tenía claro lo que debía hacer, y lo haría ahora mismo.
*
Dos días más tarde Verónica llegó a la casa con los niños. La ausencia de noticias por parte de su marido la aterraba y la disgustaba a partes iguales. Sabía que David no era amante de llamar mucho, o nada en realidad,  pero tantos días sin hablar con él no era normal en ninguna circunstancia. Bajó del coche después de echar un rápido vistazo a la elegante mansión y se encaminó hacia la puerta.
Cuando abrió la puerta, no fue humedad lo que olió, sino un espantoso olor a podredumbre que hizo que se tapara la boca con ambas manos reprimiendo un vómito. Entró despacio en la casa con sus dos hijos detrás de ella.
–¿Quedaros un momento aquí vale? Jugar en el jardín, mama ahora sale.
–¿Podemos coger el balón del coche? –preguntó Alfonso.
–Si hijo, jugar un rato con la pelota.
Los niños se fueron encantados y riendo mientras Verónica se adentraba en la casa.
Al principio no supo distinguir lo que colgaba de la magnifica barandilla de la escalera que subía al piso de arriba, pero un par de pasos le hicieron ver el horror.
Su marido pendía de una soga a dos metros del suelo. Tenía la cara totalmente morada, los ojos saliendo de sus cuencas y la lengua fuera de su boca como un pimiento en mal estado. Las moscas revoloteaban en torno a sus heces que se esparcían en el suelo. También pudo ver algunos insectos que trabajaban incansables recorriendo su cuero cabelludo en dirección a la brecha de la cabeza. Ahora si vomitó.
Sus gritos se confundieron con sus llantos, y las lágrimas inundaron sus ojos. Avanzó haciendo eses debido al mareo y recogió una nota que se encontraba justo debajo del cadáver de David. Estaba escrita con letra irregular.
Yo les maté y tengo que pagar por ello.

*RELATO GANADOR  I CERTAMEN DE RELATOS DE TERROR DE ZONAEREADER

domingo, 9 de septiembre de 2012

ESMATER apoyando el proyecto ILUSIONARIA.

Hola a todos.

Aunque esta asociación se dedica prácticamente en exclusiva al terror en todas sus vertientes, en esta ocasión queremos apoyar un proyecto solidario que realmente merece la pena. Ilusionaria.


Coordinados por Juande Garduño, un numeroso grupo de escritores e ilustradores han unido sus fuerzas para crear este proyecto ilusionante y solidario que ya va por su tercera edición.
Aquí os dejo el proyecto explicado por las palabras del propio Juande:


¿Eres solidario? ¿Tienes una empresa, un negocio, un pequeño comercio? ¿Te gustaría colaborar con un proyecto solidario consolidado, por una cantidad mínima, y además ver el nombre de tu empresa o el logo en un libro? Entonces, no lo dudes. 
ILUSIONARIA es un proyecto solidario que ya va por su tercera edición. En las dos anteriores hemos recaudado dinero con la venta de nuestro libro de cuentos p
ara ayudar a la Fundación Matrioskha Fons Mellaria, para traer a España unos días a niños bielorrusos afectados por la catástrofe de Chernobyl, a fin de facilitar su tratamiento de disminución de la radiación, y para ayudar al pequeño Abraham Presa Alba y a su familia en las elevadas costas de su tratamiento contra la adrenoleucodistrofia, que solo puede ser tratada fuera de aquí. En ambos casos, se agotaron las tiradas, llegando a muchísima gente, teniendo cobertura en medios como prensa, radio, televisión, y siendo referencia en las redes sociales.
Si quieres colaborar puedes hacerlo de dos formas. La primera es poniendo solo tú nombre o el de tu empresa, y la segunda es poniendo el logo de tu empresa. Si optas por la primera opción, el coste es de tan solo 20 euros, y si optas por la segunda el coste de 30 euros. Por tan poco estarás haciendo mucho, estarás colaborando en ayudar a quien realmente lo necesita, aportando tu granito para hacer un poco más felices a los demás.
Si estáis interesados en colaborar mandadnos un mail a el_caidojdd@hotmail.com o a voro.luzzy@gmail.com y se os informará más detenidamente de las condiciones.
¡¡ILUSIONATE REGALANDO ILUSIÓN!! ¡¡ESTO ES ILUSIONARIA!!




Desde ESMATER apoyaremos siempre este proyecto y por supuesto difundirlo y compartirlo hasta donde haga falta.

Un saludo a todos.

Alfonso Zamora Llorente.